sábado, marzo 11, 2006

grietas en el corazón del imperio

El poder come miedo. Sin los demonios que crea, perdería sus fuentes de justificación, impunidad y fortuna. Sus satanes -Bin Laden, el apresado Sadam o los próximos que aparezcan
- trabajan, en realidad, como gallinas de los huevos de oro: ponen miedo. ¿Qué conviene
enviarles? ¿Verdugos que los ejecuten o médicos que los cuiden? El miedo distrae y desvía la
atención. Si no fuera por los servicios que presta, lo evidente quedaría en evidencia: en realidad, el poder se mira al espejo y nos asusta contando lo que vio. «Peligro, peligro», grita el peligroso.
El patriotismo es un privilegio de los que mandan. Cuando lo ejercen los mandados, ¿se reduce a
mero terrorismo? ¿Son terroristas y nada más que eso, pongamos por caso, los actos de
desesperación suicida de los palestinos desalojados de su país y los ataques de la resistencia nacional contra las fuerzas extranjeras que ocupan Irak? El mundo patas arriba nombra al revés.
El poder, enmascarado, niega el sentido común. Si así no fuera, ¿podría caber alguna sombra de duda de que el actual Gobierno de Israel practica el terrorismo, el terrorismo de Estado, y difunde la locura? A medida que ese Gobierno devora más y más tierras e inflige más humillaciones al pueblo palestino, más respuestas criminales genera. Y esos atentados, que matan inocentes, le sirven de pretexto para matar muchos más inocentes y para cometer cuantas atrocidades se le ocurran. Si algún resto de sentido común quedara en el mundo, resultaría increíble que Ariel Sharon pueda hacer lo que está haciendo con absoluta impunidad, como si fuera la cosa más normal: invade y acribilla territorios ajenos; alza un muro que deja chico al de Berlín, de triste memoria, para blindar lo que usurpa; anuncia públicamente que asesinará a Yasir Arafat, un jefe de Estado democráticamente elegido por su pueblo; y bombardea Siria, a sabiendas de que Estados Unidos vetará, como de costumbre,cualquier resolución condenatoria del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Eduardo Galeano

No hay comentarios: